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Marinita ha muerto…

A más de tres lustros, las madres destapan la cloaca y relatan cómo vivieron y sufrieron el dolor, mientras que los presuntos implicados amenazan por regresar en 2018

Julissa Santibáñez/Primera Edición. -

Mariana fue el nombre elegido por Matilde Cruz Aguilar y Reinaldo Cruz para nombrar a su hija, que nacería a mediados de diciembre de 2002.

Matilde tenía 33 años y en su rostro se reflejaba el brillo de la felicidad. Dicen que todas las mujeres embarazadas son bellas y era verdad: Maty estaba radiante. El infortunio es vario. La desgracia es multiforme sobre la tierra, esas son las primeras palabras del cuento La caída de la casa Usher de Edgar Allan Poe. 

En una vuelta de tuerca, aquella felicidad de Matilde y Reinaldo se tornó en un largo y doloroso suplicio.

A las cinco de la mañana, con dolores de parto, Matilde llegó al Hospital Regional de Comitán, dependencia de la Secretaría de Salud del Gobierno del Estado. Nadie la atendió. Por falta de personal la mantuvieron sentada por horas en una silla en el área de urgencias. Reinaldo la acompañaba. 

Entretanto esperaban la atención médica, notaron que del hospital salían muchos féretros. “Ten fe, no va a pasar nada”, dijo Reinaldo a su esposa, al tiempo que observaban a gente corriendo en busca de cajitas para recién nacidos.

Matilde fue atendida hasta las siete y media de la noche, más de doce horas después, y tuvieron que practicarle una cesárea porque los dolores que tenía eran insoportables. La niña nació bien. 

“Cuando nació mi hija –dice Matilde- yo la vi desde una ventana y se encontraba muy bien”.

Fatídico

El 27 de diciembre, a las siete de la mañana, los médicos le dijeron a la joven madre que Marinita había muerto. La única explicación que recibió es que de repente tuvo un problema respiratorio, y que por eso murió. Lo mismo que dijeron del niño José Guadalupe, que tras siete días de haber estado hospitalizado murió supuestamente por las mismas causas.

Alicia Anzures, de 24 años de edad, internó a su hijo en el Hospital General de Comitán el 19 de diciembre de 2002, a las diez de la mañana. José Guadalupe nació el 16 de diciembre, su nacimiento fue prematuro, pero de acuerdo con las declaraciones de sus familiares “era un niño hermoso, grandísimo, que había pesado seis kilogramos”. Pero a los tres días de nacido su estado de salud comenzó a decaer y fue trasladado a dicho centro médico que en ese entonces era dirigido por el doctor Raúl Belmonte Martínez.

Pasaron los días y el niño José Guadalupe siguió empeorando, pero no era el único recién nacido en el hospital en tal situación. Dos días antes había muerto de forma misteriosa la hija de Irma Cruz López, Wendy Mercedes, que nació el 13 de diciembre. 

La madre de 18 años edad la vio viva hasta minutos antes de que la enfermera se la llevara de su lado al área de incubadoras, ya que según le dijo que “estaba delicada”.

“Mi mamá entró a ver a mi hijita. Estaba en la incubadora. La revisó y salió. Todo estaba bien”, comentó Irma. La pequeña Wendy murió la tarde del 17 de diciembre. La causa del fallecimiento: problemas respiratorios.

Ese mismo día, María Antonieta Solís Gordillo dio a luz a un niño, a quien nombró Arturo Enrique. Fue bautizado en el hospital por una religiosa carmelita, que al ver al niño en buen estado de salud les comentó a los padres que pudieron haber esperado unos días más para que el bebé recibiera las aguas bautismales en la iglesia.

Nube tóxica

En ese diciembre de 2002, el hospital se encontraba más o menos vacío por tratarse de temporada vacacional. De tal manera, el personal del nosocomio decidió fumigar el área de pediatría y cuneros. Al enterarse los padres de los recién nacidos, se opusieron. 

El primero de ellos fue Alberto Pérez, papá de José Guadalupe, pero no lo escucharon. “Fumigaron sin tomar las medidas preventivas”, dijo.

También Lesbia Solís Gordillo, tía de Arturito y hermana de María Antonieta, se opuso a la fumigación y acudió al departamento de Trabajo Social para preguntar por qué lo iban a hacer, y una enfermera le contestó que para que no entraran virus. En eso andaba cuando escuchó que los directivos del hospital dijeron “vamos a aislar a los niños. No va a pasar nada”. 

Efectivamente, los niños fueron trasladados a un lugar fuera de peligro, pero poco tiempo después fueron regresados a los cuneros. Lesbia Solís afirmó que un fuerte olor a herbicida se mantuvo durante varios días en las áreas de pediatría y cuneros.

“Oí llorar al niño cuando yo aún estaba en el quirófano. Le pregunté a la enfermera cómo se encontraba mi hijo y dijo que bien”, comentó María Antonieta. Horas más tarde, notó que dentro del hospital había una nube tóxica.

Arturo Enrique murió el 23 de diciembre por problemas respiratorios. Tres días después, el 26 de diciembre, José Guadalupe murió por la misma razón. Y nadie en el hospital supo dar las respectivas explicaciones.

Exhumaciones

En el acta de defunción 006623 expedida por el oficial de Registro Civil número uno, Ernesto Carboney Fernández, se estable que las causas del fallecimiento de José Guadalupe fueron: hipertensión endocraniana, neuroinfección y septicemia (en el caso de la septicemia, que suele ser consecuencia de determinadas infecciones, por lo regular es adquirida en el hospital). 

De acuerdo con esto el deceso del niño fue por otros factores que nada tienen que ver con los primeros síntomas que el niño manifestó al nacer y por los cuales había sido internado.

Por otro lado, los padres de Arturo Enrique solicitaron la exhumación del niño porque no creyeron que había muerto por problemas respiratorios. El 27 de diciembre, fue exhumado su cuerpo. En el cementerio, alumbrados por los faros del vehículo del padre de Antonia y Lesbia, los médicos legistas tomaron muestras del tejido del cuerpo de Arturito.

Irma Cruz hizo lo mismo por su parte. Lloró la pérdida de Wendy Mercedes, pero al enterarse de que el lugar de los cuneros fue fumigado, solicitó la exhumación de la que fue su primera hija del panteón de Las Margaritas, y se confirmó que la causa de su deceso fue envenenamiento y no problemas respiratorios, tal como los médicos y directivos del hospital le aseguraban.

Mortandad

El nacimiento sólo puede entenderse a la luz de la muerte, decía el maestro mexicano Abel Pérez Rojas. Entre los meses de diciembre de 2002 y enero de 2003, murieron 35 recién nacidos en el Hospital K de Comitán de Domínguez, Chiapas, todos aparentemente por problemas respiratorios.

Ante los primeros 24 fallecimientos, los padres de los niños exigieron al entonces secretario de salud, Ángel René Estrada Arévalo, la investigación de las muertes, pero éste fue indiferente al dolor de las familias y no hizo nada. Al contrario, fue premiado con la rectoría de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), impuesto por el ex gobernador Pablo Salazar Mendiguchía el 4 de diciembre de 2006.

El director del hospital, Raúl Belmonte, denunció falta de medicamentos, equipo y personal médico para la atención de los bebés. Por lo que solicitó a Pablo Salazar el helicóptero del gobierno, “El Chamula”, para trasladar a los niños a la Ciudad de México. Aún había tiempo para salvarles la vida. Pero se los negó.

En cambio, ordenó que fuera utilizado para traer al jugador Guillermo “Pando” Ramírez del país de Guatemala para integrarlo al equipo Jaguares.

Esta es la dolorosa crónica provocada por la impunidad, la omisión, la opacidad y las complicidades. Y esa tragedia pudo evitarse. Hoy los presuntos implicados, de cara a 2018, amenazan con regresar en busca de cotos de poder.

 

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