No debe ser complicado mudar de siglas cuando en la intentona de pertenecer a la izquierda se privilegian intereses personales y ambiciones de poder a espaldas de los representados, si es que éstos existiesen y si los hubiere, haya uno que hubiera ofrecido un voto a quien hoy cambió de piel.
Es obvio que me refiero al senador Zoé Robledo Aburto, quien nació en las entrañas más perversas del PRI, se trasladó —por mera conveniencia— al PRD y ahora —por ambigüedades ideológicas y aspiraciones inciertas—, cubre su desnudez con la camiseta de un partido de extrema izquierda.
Era, el senador Robledo, uno de los pocos que, se creía, conocía la sensatez y que pudiera haber sido dueño de una pizca de convicción; su mutación de colores dentro de la raída izquierda mexicana desilusiona a sus seguidores y pone sobre la mesa de discusiones los valores y principios de quienes no han sabido construir una oposición digna y respetable en el país.
No es malo que Zoé abandone a un partido sin credibilidad y confianza; tampoco es bueno que se instale en otro, en el que priva la unilateralidad y se prohíbe expresamente la libertad de opinar, a no ser que se sigan lineamientos arbitrarios y se asuman posturas radicales que ponen en riesgo la estabilidad de un país sumido en recurrentes e insalvables crisis de toda índole.
El hombre que llegó al Senado sin haber ganado un solo voto; el que fue impuesto como regalía a su valiosa sumisión en el Congreso del Estado, solo esperó el tiempo necesario para dar el paso que requería, para desplazar a otros contrincantes dentro del partido de Andrés Manuel López Obrador, a quienes el cuasi eterno candidato presidencial había otorgado serias esperanzas de ser los abanderados de MORENA.
Al interior de ese partido, el advenimiento del hijo del ex-gobernador Eduardo Robledo Rincón ha provocado un sisma. No por su calidad moral; eso queda perfectamente claro, sino por las formas y el oportunismo que reconfirma el mal uso de las instituciones políticas para el acaparamiento de poder, principalmente en un estado en el que se han desbordado, irresponsablemente, las aspiraciones para la gubernatura.
Hasta hoy, era meritoria la inteligencia discursiva del senador Robledo Aburto; sus acciones, desapegadas a las ideas que esparció desde su ahora ex partido, el PRD, demuestran que no ha aprendido nada de la historia y sí, es un fiel ejecutor de antiguas mañas de los políticos que arrastraron al país a la debacle política, social y económica.
Pasar a formar parte de MORENA no le limpia los pecados políticos que ha cometido.
Al contrario, le embarra más de la podredumbre política y le ubica como un aprendiz más de lo mal que se hacen las cosas en México. Pasarse a otro partido, no lo hace mejor. Porque lo ha hecho por la ambición de gobernar a un estado que conoce solo por referencia paternal.
Lo rescatable vendrá cuando conozcamos la reacción y postura de otros políticos —igualmente de arribistas que Zoé— que tenían la misma aspiración. ¿Seguirán apoyando el proyecto de Andrés Manuel? ¿Saltarán a otro partido? ¿Se sumarán a los intereses del senador? ¿Reclamarán el engaño y los embustes al dueño de MORENA?
Mucha gente veía en Zoé Robledo a un muchacho inteligente, capaz, responsable, respetuoso; lo muy poco rescatable dentro de la nociva fauna política. Hoy, todo queda en duda, sino es que en nada. Y todo por ambiciones fácilmente explicables: alcanzar el poder sin un proyecto viable, creíble, confiable.
No solo el senador ha optado por abrazar a la izquierda fundamentalista. Hay otros políticos que intentan hacer lo mismo. Algún poderoso pitoniso habrase desatado en alguna parte y les ha mostrado el futuro de México, de tal forma que mudarse a MORENA, es la tendencia, la moda, aunque no por eso, es la solución a los grandes y graves problemas del país.
Si lo fuera, que bueno; excelente. Pero para lograrlo, se requieren políticos honrados, no chapulines que un día se levantan de un color y conforme pasan las horas cambian de ideas. Esos no le sirven a nadie, más que a sus propios intereses. Zoé Robledo es la mejor muestra de ello. Ahí lo ven.