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¿Debemos preocuparnos por la estancia de Donald Trump en la Casa Blanca? Sí y no. No, porque el sistema legal estadounidense no es fácil de burlar, a menos que el llamado 
establishment gringo se someta a los dictados unilaterales del recién ungido presidente y permita que el legado histórico de ese país, desaparezca y sea sustituido por leyes draconianas como ocurre actualmente en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba y Nicaragua, por ejemplo. 

Sí, porque en el caso de México, el gobierno del priísta Enrique Peña Nieto no cuenta con una estrategia firme y confiable para hacer frente a las políticas ultranacionalistas de Trump, quien ha amenazado con destruir el esquema económico y comercial entre las dos naciones. Hasta hace unas horas, el gobierno mexicano esbozó algunas medidas que frente a la magnitud del problema, son solo ideas sueltas que no conforman una maniobra sustentable.

“Ni sumisión ni confrontación”, adelantó el presidente mexicano, justo cuando personeros de Washington detallaban la próxima visita de Peña Nieto a la oficina oval; una visita sin más augurios que la imposición de la potestad de Trump sobre temas candentes que. sin duda, se van a reflejar en el peso y la debilitada economía mexicana. 

Desde antes de asumir el cargo, el presidente estadounidense ya había hecho suficiente para quebrar los vínculos comerciales y financieros de México. Obligó a casi toda la industria automotriz a retirar sus activos del país y amenazó a compañías no estadounidenses con incrementarles impuestos si permanecían aquí. Todo ello y otras acciones anti-mexicanas, evidentemente no son tareas proteccionistas propias de un presidente preocupado por los suyos; es la manifestación expresa de odio, discriminación, xenofobia, racismo… 

¿Sobre esa base acudirá Enrique Peña Nieto a “negociar” con Donald Trump? ¿Qué va a negociar? ¿Qué más entregará de México a los estadounidenses? El presidente de esa nación no goza de buena fama como negociante; muchos han sido los escándalos por despojos, negocios turbios, sobornos y amenazas en que se ha visto envuelto.

Su emporio financiero no se hizo de la mejor manera, lo que nos obliga a pensar que recurrirá a las mismas tácticas para sacar la raja más grande. Por desgracia, el señor Peña Nieto no solo no es buen negociante, sino que goza de pésima reputación como corrupto, mentiroso, desleal, mercenario… 

Las condiciones no son halagüeñas; no hay el menor de los optimismos, aun cuando Peña Nieto ha ofrecido dialogar —y convencer— con Trump.

Será una negociación entre un sordo y un necio. Entre dos presidentes impopulares que buscan legitimarse ante dos pueblos indignados, molestos. 

Hemos escuchado decir al presidente mexicano que el superior interés de su administración, es proteger a los mexicanos residentes al otro lado del río Bravo. Ante la terquedad de su contraparte, debemos estar preparados para el fracaso; tan imposible será hacer entrar en razón a Trump, como imposible será repatriar a millones de connacionales, sin que implique un alto costo monetario, social y político al gobierno gringo. 

En ese contexto, lo mejor será voltear a otras partes del mundo, como ya lo ha imaginado el presidente mexicano. Solo imaginado. Porque habrá de establecerse vínculos sobre bases pertinentes, con una visión amplia y con capacidades competitivas reales. Toda negociación con Estados Unidos debe ser suspendida, hasta en tanto Trump no dé muestras de respeto a los mexicanos.

En torno a su estancia en la Casa Blanca, no será de nuestra incumbencia si somete o no a sus gobernados, si inicia una guerra contra éste o aquel país; ellos los “eligieron”, ellos que se aguanten. Si revisamos la historia entre México y Estados Unidos, con cada presidente han existido desavenencias, desencuentros y malos entendidos.

Ahí está el tema migratorio; desde que tengo memoria, ambos países se han desgreñado por ello y no ha pasado nada. Incluso, en la administración de Obama hubo más deportaciones que en la era Bush. 

Es tiempo que México dé una lección de dignidad, no al pueblo estadounidense, sino a su gobernante, un hombre al que cualquier calificativo peyorativo, le viene al dedo, por su extrema vulgaridad y majadería. No puede un país entero, por capricho de su presidente, someterse al capricho de otro presidente que no ha tenido más que groserías para sus vecinos.

 

Si Peña Nieto tuviere una pizca de vergüenza y de verdad estuviese defendiendo los más altos intereses de los mexicanos frente a Trump, le dejaría plantado. Digo. Nada más digo. 

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