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Angel Mario Ksheratto

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Presidente sin alternativa

 

 

La unidad nacional no se forma como se haría con un patacho de mulas; esa es la parte de su propio discurso que no entiende el señor Enrique Peña Nieto. En los últimos días no ha perdido momento para repetir el mismo llamado. Uno que, en las condiciones del país, no cala, no convence ni convoca, sino a la rabia colectiva que contraría a la distorsionada retórica presidencial y tornase cada vez más virulenta.

Ayer, rodeado de militares —algunos de ellos con evidentes signos de hartazgo por la utilización de las fuerzas armadas para tareas inapropiadas— insistió e incluso, recurrió a frases trilladas y términos desgastados que reflejan la total ausencia de ideas para terminar el sexenio, sino con medianía, por lo menos, con los menores males posibles, aunque a éstas alturas ya nada nos asusta.

Conforme pasan los días, Peña Nieto muestra más la flaqueza de su administración. Aun cuando tuviere algún acierto o que lograre estructurar un discurso coherente —aunque demagogo—, cada dicho, cada peroración, no pasa de ser precisamente lo último: monserga inútil y fácilmente rebatible por la debilidad de sus argumentos y porque, por el tono utilizado, deja la impresión que ha dejado de gobernar al país.

Llamar a la sociedad “para hacer equipo” es un despropósito; una falta de respeto a sí mismo y un insulto a la superior inteligencia de los mexicanos. ¿Habrá uno, tan solo uno, que, en su sano juicio disponga energías, tiempo y todos los recursos a su alcance para “hacer equipo” con quien necia y torpemente ha socavado las finanzas del país y ha atentado contra la economía de los más pobres?

¿Uno que “haga equipo” con el presidente que hundió a su propia administración en la corrupción y la impunidad? ¿Habrá un mexicano sensato que olvide los crímenes de éste gobierno y “haga equipo” con quien los cometió y aún protege a otros que hicieron lo mismo? ¿Existirá uno solo de entre los ciudadanos honrados que “haga equipo” con el que protege a gobernadores corruptos?

Al presidente no le faltaron recursos soflameros para pedir que los mexicanos asuman “los desafíos como una misión colectiva”, expresión de la que él mismo está más cerca que nunca. Pero no para su propio beneficio, sino para el deterioro de sus pretensiones de rescatar su nula credibilidad. Cierto es que hay una misión colectiva, pero no para enfrentar las consecuencias de los yerros presidenciales, sino para exigir que el responsable, pague por ello.

Esa colectividad que poco a poco va despertando y que, para fortuna del país, tiene ideas más allá del griterío y la cortedad de visión de quienes siguen creyendo que México va a salir de la crisis mediante el fatal caudillismo mesiánico, ése que representan los enemigos sistemáticos de las libertades y la democracia. Me refiero, claro está, a los que con sombrerazos y mentadas de madre, creen que el país va a solucionar sus problemas. A los que lo único que aportan es odio y mezquindad.

La parte del México profundo, la sociedad trabajadora y pensante que históricamente ha guardado silencio, es la que hoy vemos concomitante, contestataria y exigente. De tal forma que el llamado de Peña Nieto llega tarde, porque la colectividad ha tomado su propia misión y no es la de respaldar a un hombre insensible e insensato que su burló de todos los mexicanos, sino la de rescatar al país de las garras de los corruptos.

“Trabajemos juntos”, insistió el presidente; tardío llamado. Tardía reacción a la respuesta ciudadana por las medidas absurdas y abusivas que tomó en detrimento de la paz y la armonía social.

Desde su primer año de gobierno, cuando no se veía nada nuevo ni importante en su gobierno, muchos le llamaron a dar un giro. Desoyó al pueblo y hoy, es tarde para pedir trabajo conjunto.

El mandatario llegó sin ideas al gobierno; se le acabaron los argumentos y se quedó solo. Sin salida y sin formas confiables para terminar su sexenio. Lo sensato sería que solicite licencia ante el Congreso de la Unión y deje que otro con un poquito más de cerebro, termine la pesadilla, porque arreglar el problema en que tiene al país, va a llevar muchos años. Sexenios, quizá.

Peña Nieto no tiene alternativa. Por el bien del país, por el bien del futuro de los mexicanos e incluso, por bien suyo, está obligado a solicitar licencia; su permanencia en la Presidencia de la República es un riesgo. Serio y grave riesgo para la estabilidad social de México. Tristemente, es una verdad que el presidente se niega a ver. 

 

 

El “Pacto” fracasado de Peña

El “Pacto” fracasado de Peña 

El Pacto, acuerdo, o como le quieran llamar, firmado entre el presidente Enrique Peña Nieto y algunos sectores “productivos” del país, no es otra cosa que un acto desesperado para llamar la atención, pero no —nunca— para concretar medidas reales que mitiguen las severas consecuencias de imposiciones irresponsables que han arrastrado al país al borde de la rebeldía absolutista y violenta. 

Esa cosa que presentó el presidente a modo de acto circense y que en sí fue el aplausómetro mediático para auto-reconfortarse, no nos dice nada; no ayuda en nada.

Porque ha sido como siempre: anunciar acciones generalizadas, pero no dicen cómo lo harán, que efectos positivos reales tendrán ni cuándo empezaremos a ver resultados. A más, el discurso presidencial fue totalmente apático, sin espíritu ni conciencia, pero sí, con un pernicioso trasfondo que nos indica que todo se ha tratado de una mentira más. 

Lo que haya sido que firmaron, supónese que es para “fortalecer la economía”; no escuchamos que esa fortaleza se dirija a aumentar el salario mínimo y bajar los precios en la canasta básica. Tampoco escuchamos que por lo menos, los precios en el transporte público, se mantengan. 

En éste último rubro, anunciaron “la modernización” de las unidades colectivas. Por experiencia sabemos que los aumentos en el pasaje se basan en “modernizaciones”. Le cuelgan un muñequito nuevo a las unidades y esa “modernización” justifica aumentos en el pasaje. 

El secretario de Hacienda ponderó aspectos técnicos que de resultar ciertos beneficiarían solo a las grandes empresas, a los grandes consorcios; pero no al trabajador, que seguiría recibiendo el mismo paupérrimo salario.

Se dijo que ampliarán la apertura al flujo de capitales, pero esos capitales, lo sabemos bien, provienen del exterior y así como vienen se los llevan los inversionistas. Nada para el mexicano del día a día. Nada concreto y real para el pequeño inversor doméstico. 

Tenemos qué insistir en el hecho que si sube el precio de la gasolina, el resto de insumos, también sube. Porque sin gasolina nadie transporta sus productos, nadie sale de su casa a adquirirlos; nadie consume y nadie produce. 

Hubo por cierto, entre el caudal de buenas intenciones presidenciales, la promesa de cambiar el uso de la gasolina en el transporte público, por gas. ¡Por favor!

El gas también está caro y fue de los hidrocarburos que recién subió y seguirá subiendo, de acuerdo a las expectativas del precio internacional. ¿Dónde está, entonces, la solución? 

Durante el acto en el que lucieron los discursos floridos y demagógicos de siempre, hubo más caras largas que rostros de esperanza. Fue como si les hubiesen obligado a asistir, o como si tenían la certeza que ningún beneficio se tendría de tal pacto. Creo que ese fue el mensaje más claro que proyectaron los asistentes, compuestos por la clase patronal y representantes sumisos de los sindicatos.

Afuera, la indignación crecía. Y seguirá creciendo. Porque al final, nada de lo que se anunció se cree. Son propuestas viables, pero incumplibles. Si quisiésemos sacar un análisis de éstas, no tendríamos elementos, puesto que ellos —el presidente, su gabinete y los sectores firmantes—, no presentaron argumentos. Ni siquiera argucias. Fue un acto más, como los de siempre: bofo, insípido, insolvente, infundado, frío, desangelado… 

En ese contexto podemos asegurar que no hay salida alguna a la crisis que vive el país. No hay tampoco, un liderazgo presidencial en quien confiar. A quien seguir, a quien ver. El presidente Peña Nieto ha tenido amplias capacidades para dilapidar los recursos públicos, para promover, proteger y practicar la corrupción, pero no ha sido eficiente para conducir al país. Da la impresión que su único objetivo es descarrilar a las instituciones y hundir a México.

Su afamado pacto, es un fracaso más; una forma de distraer la atención y de ganar tiempo para evitar acciones más contundentes de la sociedad; actos que le obliguen a tomar decisiones en torno a su persona y familia.

 

Quien crea que ese pacto soluciona de tajo la crisis, está equivocado. Quienes lo han respaldado han cometido un grave error. Puede que estemos a tiempo de revertir tales acciones y obligar a Peña Nieto a dar marcha atrás en medidas perjudiciales y claramente atentatorias al derecho superior de todos los mexicanos: vivir con decoro y dignidad.

Urge un psiquiatra para la Dip. Orantes

     María Elena, mentirosa compulsiva 

Desde hace días la diputada María Elena Orantes López ha emprendido una campaña 
contra el gasolinazo que tiene hoy al país al borde de una revuelta generalizada y sangrienta. Su principal argumento es que el alza en el precio de los energéticos “atenta contra el bienestar de las familias” y exige “un reverso al gasolinazo”. Pero ¿debemos creer y confiar en una legisladora que basa su cruzada en mentiras patológicas y engaños descarados?

Ha dicho, ella, que no votó a favor de la medida impositiva e incluso ha enderezado una campaña de acusaciones contra legisladores de otros partidos, señalándoles de ser responsables de ésos aumentos en contubernio con el Jefe del Ejecutivo Federal. 

Sin embargo, una revisión de la Gaceta Parlamentaria desnuda las mentiras de la señora diputada.

En el órgano de la Cámara de Diputados del jueves 20 de octubre del 2016 (GP 4643/III), aparece ella como miembro de la bancada del partido Movimiento Ciudadano, otorgando su voto a favor del paquete fiscal para éste año. Diez y nueve diputados más de ésa agrupación política hicieron lo mismo. 

Esto derrumba su pretensión de engañar a los chiapanecos diciendo que no, que jamás aprobó tal medida.

Otro dato que desmiente a la señora Orantes es que, según versiones de algunos diputados del MC, ella se abrogó la “representación” del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, a cuyo nombre “cabildeó” el voto a favor del gasolinazo.

Sus mismos compañeros de bancada, ante la estridencia de su actual griterío contra el alza en el precio de la gasolina, dudan si en realidad los convenció a nombre del encargado de la política interna, o los llevó al baile sin previa invitación. 

María Elena Orantes no ha sido una mujer que se distinga por su honestidad y rectitud de sus actos.

Su facilidad para mentir, engañar y traicionar para alcanzar puestos públicos y beneficios personales es bien conocida en los círculos políticos y sociales.

Hace algunos años, cuando era candidata a una diputación local, ofreció la construcción de una iglesia católica en una comunidad del municipio de Pantepec; incumplió. Tiempo después, siendo candidata al Congreso de la Unión, volvió a pisar esa comunidad y los vecinos le reclamaron el engaño. No dudó en echar la culpa al alcalde municipal jurando que había enviado, a través suyo, los recursos solicitados. Nunca fue así y poco le importó poner en riesgo la integridad física y moral de un hombre al que utilizó para obtener votos.

Las mentiras de la señora en cuestión no tienen límite; padece lo que los psiquiatras llaman “trastorno delirante”. Una especie de mitomanía crónica que supera los síntomas de la demagogia discursiva.

Manipuladora profesional, Orantes López suele rehuir a responsabilidades civiles al grado de menospreciar la vida humana.

Siendo candidata a la gubernatura, en el tramo carretero Tapachula-Huixtla, la camioneta donde viajaba atropelló a una persona que viajaba en una moto. Pese a la gravedad del accidente, ordenó a su chofer seguir la marcha, dejando a la víctima tirada en el asfalto.

Hace unas semanas, en su calidad de miembro de la Comisión de Protección Civil del Congreso Federal tuvo el atrevimiento de perorar sobre las responsabilidades institucionales para preservar la vida y utilizó ese discurso para auto-destaparse nuevamente como candidata al gobierno de Chiapas.

De ese tamaño es su doble moral. 

Todos los mexicanos están contra el gasolinazo; todos tienen solvencia moral para exigir un cambio drástico en esa medida. La diputada, por supuesto que no. En primer lugar, porque como ha quedado establecido, sí voto a favor de tan drástica medida; en segundo porque presumió sus cabildeos a favor de la retorcida política de Peña Nieto y tercero, porque se ha anclado en un oportunismo inadmisible y retrógrada.

No corresponde a ella cuestionar los efectos de una acción que favoreció, con la intención de perjudicar severamente a la ciudadanía en general. Es inmoral. Inaceptable. Es hipócrita exigir una reversa al gasolinazo, cuando fue ella y sus compinches quienes la aprobaron en el Congreso de la Unión. 

El oportunismo de la señora rebasa los límites de lo normal; en su perpetua proclividad a la mentira se ha creído el cuento que es “una buena legisladora” y también se ha creído su propia mentira de que será gobernadora. Por lo mismo, piensa que la gente le cree, que le sigue y que su campaña será suficiente para engañar de nuevo a los chiapanecos.

 La realidad, sin embargo, es otra: son muy pocos los que confían en ella. Ha traicionado a todos los que la han ayudado. Esa, según los psicoterapeutas, es una enfermedad mental grave que solo se cura con psicoterapia de alto nivel.

 

Ya le urge a doña María Elena someterse a intensas sesiones para curarse. 

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