ANDROCENTRISMO: “LA CULTURA DEL MACHO”
A lo largo de la historia de la humanidad se ha perpetuado una visión del mundo que sitúa al hombre como centro de todas las cosas, esta concepción parte de la idea de que la mirada masculina es la única posible y universal. ¿Por qué se tiene esta concepción? ¿Cómo surgió?
Para poder entender este proceso, es necesario hacer un poco de historia y remontarnos a la prehistoria, cuando surgen los primeros grupos de homínidos.
Fundamento antropológico: Edgar Morin, en su libro titulado “La sociogénesis” señala que, “la aparición de las sociedades de homínidos construyen su economía organizando y modelando tecnológicamente sus dos praxis ecológicas de la caza y la recolección hasta transformarlas en prácticas económicas. Mientras que la caza empujaba a los hombres cada día más lejos, la maternidad confina a las mujeres en los refugios. Las hembras, convertidas en sedentarias, se consagran a la búsqueda de forraje y a la recolección de frutos para satisfacer las necesidades vegetales del grupo. A partir de ese momento toma forma una dualidad ecológica y económica entre hombres y mujeres, surge así, la división del trabajo”.
De esta manera, lo masculino y lo femenino desarrollarán cada uno por su lado su propia sociabilidad, su propia cultura y su propia psicología, y la diferencia psicocultural agravará y dará una mayor complejidad a la diferencia entre machos y hembras. Una mujer tierna, sedentaria, rutinaria y pacífica se opondrá al hombre cazador, nómada y explorador. Dos siluetas hacen su aparición en el marco de la sociedad prehistórica, la del hombre que se yergue empuñando las armas para enfrentar al animal y la de la mujer reclinada sobre su hijo o para recolectar el vegetal.
Nos hallamos ante la aparición del modelo de la relación hombre-mujer que, en sus rasgos fundamentales, ha continuado siendo reproducido desde aquella lejana época para arraigarse con enorme fuerza en la infraestructura de las sociedades históricas hasta llegar a nuestros días, imponiéndose una dominación política sobre las mujeres, que hasta hoy en día no ha dejado de ejercerse.
Pero, desde el punto de vista de la iglesia, ¿Cómo se ha visto a la mujer?
Sustento teológico: Para el Judaísmo: En los tiempos bíblicos la sociedad hebrea, como muchas otras, era patriarcal. La mujer tenía una posición subordinada al hombre; debía sujetarse a la autoridad paterna hasta que contraía matrimonio, momento en que pasaba a ser propiedad del esposo. Esta costumbre se encuentra ilustrada en la Biblia en la historia de Jacob y Raquel, en la cual él tuvo que trabajar siete años para casarse con ella.
El cristianismo: en la biblia se menciona lo siguiente: “Esposas, sométanse a sus propios esposos como al señor. Porque el esposo es cabeza de su esposa, así como cristo es cabeza y salvador de la iglesia, la cual es su cuerpo” (Efesios 5:22-23)
En el Corán: "Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de las preferencias que Dios ha dado a unos más que a otros y de los bienes que gastan. Las mujeres virtuosas son devotas. Y cuidan, en ausencia de sus maridos, de lo que Dios manda que cuiden. ¡Amonestad a aquellas que temáis que se rebelen, dejadles solas en el lecho, pegadles! Si os obedecen, no os metáis con ellas" (4:34) (tomo la traducción de la edición del Corán preparada por Julio Cortés, Herder, Barcelona, 2000, 6ª edición, página 153). Esto refleja la mentalidad de la época, en la que estaba muy arraigada la inferioridad de la mujer.
¡Y qué hay de la filosofía! ¿Cómo es conceptualizada a la mujer?
Mirada filosófica: Michel Foucault, en el libro “las palabras y las cosas”; plantea la historia del saber, como la historia de lo Mismo, una tarea ordenadora, sobre un fondo ajeno, múltiple, diverso; lo Otro: el límite, la locura, lo irracional, la enfermedad un nuevo elemento, las relaciones de poder-saber. En la cultura occidental la mujer ha sido desde el comienzo del pensamiento conceptualizada como lo Otro (noche, sombra, caverna, intuición, irracionalidad, misterio, tierra, naturaleza, reproducción…). La identificación con lo Otro y los mecanismos simbólicos o reales del encierro y del control, nos ofrecen modelos para pensar el saber y el poder entorno a las mujeres.
La separación binaria mismo/Otro aparece ya desde los pitagóricos refiere Aristóteles, diez son lo principios de pares coordinados: masculino, limite, impar, uno, derecho, estático, recto, luz, bueno, cuadrado; frente a femenino, ilimitado, par, múltiple, izquierdo, en movimiento, curvo, malo, oscuridad, oblongo.
En Grecia, en la época de Platón y Aristóteles, ser mujer no era una cosa deseable en el sentido de que las mujeres tenían prácticamente la misma consideración social que los esclavos. Esto suponía que no podían participar en los asuntos políticos, es decir, no eran ciudadanas, y por supuesto no podían tener ningún derecho civil. Esto supone que las mujeres quedaban recluidas al trabajo doméstico, y al cuidado de los niños, cuando eran jóvenes, y de las personas mayores. Si alguna mujer llegaba alguna vez a tener influencia en los asuntos públicos de la polis era a través de los hombres. A pesar de esta realidad social, Platón, en su obra “La Republica”, afirma que no hay ninguna ocupación en un estado que sea exclusiva de los hombres y que por consiguiente las mujeres tiene derecho a ejercitarse en cualquiera de las tareas del Estado, incluyendo la del gobierno. Aunque las mujeres, según él, puedan ser más débiles en el ejercicio físico de alguna tarea, no por ello se les prohíbe el acceso a las clases sociales de los guardianes o de los gobernantes, siempre y cuando cumplan con los requisitos indispensables para el ejercicio de estas responsabilidades, requisitos que los mismos que se les exigiría a los hombres.
En la actualidad, se puede apreciar que, en las prácticas sociales continúan fomentándose y reproduciéndose esta visión falocentrista; en la religión, la filosofía, la ciencia, la propaganda, los medios de comunicación, por todos los poros está perpetuada esta mirada, que si bien es cierto, nace desde la prehistoria, en el mundo actual aún se continúa con estas prácticas, a pesar de los esfuerzos realizados que buscan la equidad y la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Es difícil romper con un proceso tan arraigado, y más si no hay voluntad por parte de todos los involucrados. Aún queda mucho por hacer, pero eso, es tarea de toda la sociedad en su conjunto.
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