¿Quién podrá liderarnos?
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Desde que Donald Trump desencadenó su odio contra México, en el país ha surgido un
nacionalismo con pocos precedentes en su historia; la independencia, la revolución y las reformas de Lázaro Cárdenas despertaron al mexicano bronco, contestatario, determinado. En esos tres episodios de la vida nacional hubo personajes que encabezaron al pueblo mexicano en su lucha. Hombres de valía moral, independientemente de sus yerros humanos.
Los logros están a la vista hasta el día de hoy, cuando la circunstancia impuesta por un presidente estadounidense ruin, xenofóbico, racista, demente, agresivo, impopular, amenazante, grosero e ignorante entre muchos defectos más, reúne a los ciudadanos para reclamar, exigir e imponer el respeto que la patria se merece ante un hombre irracional que pretende gobernar con el intestino grueso y no con el cerebro.
Todo bien hasta ahí. México unido contra la perversidad y el avasallamiento verbal; el país de pie, dispuesto a confrontar y enfrentar las agresiones. La nación entera contra un poderoso que no escatima recursos retóricos para intentar doblegar la dignidad de sus vecinos.
A la par del encendido nacionalismo, han surgido dudas respecto a quien deba liderar el movimiento que se endereza para frenar las pretensiones del mandatario estadounidense. De sobra sabemos que el presidente Enrique Peña Nieto carece de los arrestos necesarios para siquiera enseñar a Trump, las mínimas reglas de la vecindad.
La solvencia moral del señor presidente quedó socavada desde que cometió el imperdonable error de invitar al aludido, cuando todavía era candidato presidencial. Peor aún: los recurrentes escándalos de corrupción cometidos por él, su familia y cercanos suyos, le tenían prácticamente fuera de toda posibilidad para representar a la institución presidencial.
Las decisiones económicas mal encaminadas y dolosamente estructuradas para afectar a los mexicanos, han sido otras de las razones por las que Peña tiene vedada la capacidad institucional de liderar al país en éstos momentos de crisis e intimidaciones de Trump, su gabinete y una porción de estadounidenses que comparten el odio de éste. Descartado, entonces, para liderar la lucha que día a día se agrava.
Los partidos políticos y el Congreso de la Unión tampoco tienen al hombre idóneo para encabezar y fortalecer la unidad nacional que se está formando en todo el país. Hay una razón para entender ese asunto: muchos de los nombres que en algunos sectores se mencionan, son proclives al caudillismo mesiánico, condición que nos desfavorece, en virtud de estar éstos, tras un propósito personal, no en busca del bien común.
La Iglesia, dada su postura frente a temas sociales delicados, también queda fuera. El Ejército ha dado claras muestras de hartazgo y cansancio desde que inició la guerra contra el crimen organizado, de donde los militares no han salido bien librados. ¿Quién, entonces? El debate sobre el tema, se antoja largo.
Pero también abre la esperanza de que surja un espontáneo; uno que no quiera llevar agua a su molino. Quizá un colectivo, un colegiado que de voz y resistencia a los mexicanos sin caer en la tentación de acaparar votos y miradas de cara al 2018 u otras elecciones posteriores. Todo esto nos habla que tenemos un déficit de líderes en el país.
Haciendo memoria, los dos últimos mexicanos que tuvieron un liderazgo visible (si fueron bueno o malos, cada uno debe decidirlo) fueron Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Roberto Madrazo Pintado. Curiosamente, ambos fueron candidatos presidenciales y ninguno alcanzó su objetivo. No fueron liderazgos nacionalistas, sino meramente partidistas, pero mostraron dotes y capacidad de convocatoria, amén de sus métodos para lograrlo.
Hoy mismo no tenemos un solo ciudadano que convoque, que convenza, que atraiga, que arrastre o empuje. Y menos, de la clase política o gobernante; no hay ni en la derecha ni en la izquierda. Tampoco en las universidades ni en los sindicatos, en las iglesias o cualquier otra institución.
A lo anterior agreguemos que a pesar de todo, hay quienes, desde ahora y sin tener los méritos, buscan hacerse de la paternidad de las marchas contra Trump. ¡Hasta en la unidad estamos divididos! Todo, por ausencia total de liderazgos sólidos, respetables, confiables y comprometidos con el país. Lastimosamente, es una realidad inocultable. No hay quien abandere al país; nadie en quien depositar la dignidad y soberanía mexicana, sino en nosotros mismos.