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INVASIONES EN TUXTLA

            Tuxtla enfrenta un crecimiento demográfico anárquico  a partir de hace tres décadas. La gente de otros municipios empezó a llegar para echar raíz y buscando una mejor vida porque, al ser la capital, las opciones se ensanchan.

También contribuyó significativamente la gigantesca construcción de las presas hidroeléctricas, sobre todo la de Chicoasén.

Ingenieros y funcionarios de Comisión Federal de Electricidad fueron designados para llevar a cabo esas obras. Muchos obreros de otros estados también llegaron para incorporarse debido a los jugosos salarios que se pagaban. La gran mayoría ya no regresó a sus lugares de orígenes.

Pero el problema mayúsculo que detonó el desarrollo poblacional irregular en Tuxtla es el de las invasiones.  Así brotaron cientos de colonias que al paso del tiempo se regularizaron y un ejemplo emblemático es Patria Nueva,  ese núcleo que nació en los albores de los ochenta y que nos recuerda, por si pensábamos olvidarlo, el quintomundismo que asfixia a los pueblos de América Latina. No tenemos qué conocer las favelas de Brasil.

            Las invasiones no se pueden justificar con el argumento de la pobreza como pretextan los de falsa moralina y de ideales apócrifos. Una cosa es gimnasia y otra mayonesa y tendríamos que adentrarnos en un sesudo debate sin fin. La pobreza es tan antigua desde que Jesucristo predicaba el Evangelio.

            En el caso de las invasiones en Tuxtla hay un ingrediente central que es el del negocio al que se agregaron, durante larga época, la impunidad y la indolencia de las autoridades que estaban para servir a la gente y resguardar los intereses de todos, sin importar cuestiones de partido.

            Vivales se dedicaron a recolectar familias y, de la noche a la mañana, las lanzaron a posesionarse de ciertas áreas de la capital. Antes de ejecutar esa operación desde luego estudiaban las zonas a invadir. No es extraño observar que hasta los miradores del Cañón del Sumidero se poblaron con cinturones de miseria porque hubo una autoridad incompetente, apática e incluso cómplice de la ilegalidad y del abuso.

            La colonia Emiliano Zapata emergió en 2001 y es otro ejemplo de arbitrariedad que se incubó en el valemadrismo gubernamental. Una célula del terrorismo llamada MOCRI la fundó y desde entonces ha habido sangrientos conflictos que se agravaron en el gobierno anterior cuando una mujer fue asesinada a tiros. Los conflictos, desde luego, son por la hegemonía de la colonia.

            Resolver temas tan inextricables no es fácil, claro. Más si esos asuntos han sido heredados por gobiernos corruptos e insensibles que sólo se ocuparon en el atraco menos a gobernar, su deber primordial.

            En fechas recientes el predio Alta Luz Pakal fue rescatado de grupos inciviles que lo tomaron por asalto hace ocho meses. La acción policial fue calculada con bisturí, con oficio político  y al amparo de la legalidad y del Estado de Derecho para  no permitir la inmolación de quienes se dicen líderes políticos cuando en realidad son consumados delincuentes.

            Sectores del empresariado y la sociedad en general aplaudieron la determinación de la autoridad porque, al fin, empezamos a ver resultados tangibles de los problemas que enfrentan la capital y sus habitantes. Son muchos esos problemas, ciertamente, pero a diferencia del pasado hoy existe voluntad, decisión e interés para darles solución.