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Marcos y sus manos de princesa, 23 años después
La mañana del 1 de enero de 1994 no tuvimos tiempo para calmarnos la resaca. Un puñado de autóctonos armados (hasta ahora se conjetura si eran armas de verdad o de palo, como se ha dicho) enrolados en un ejército popular llamado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) había tomado el palacio municipal de Ocosingo y marchaba haciendo lo mismo en otros municipios, principalmente en San Cristóbal de las Casas, una de las primeras ciudades construida en la Nueva España, pueblo mágico, capital cultural y turística de Chiapas y en donde hoy se mezclan la modernidad y el arte colonial.
Organizados por un subcomandante con el alias de Marcos (se supone que atrás suyo debe haber un comandante, pues él es sub, pero a estas alturas todavía se desconoce quién es el gran tutor de la subversión), los alzados se cubrían los rostros con pasamontañas y era evidente su inexperiencia y torpeza en el adiestramiento partisano pues, ipso facto, sufrieron muchas bajas cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari ordenó la intervención de las fuerzas castrenses para someterlos.
Salinas cerraba su gobierno agobiado por el magnicidio de Luis Donaldo Colosio y los escándalos de corrupción y complicidades promovidos, tolerados y solapados por su principal asesor José María Córdova Montoya, el gran operador de esas redes criminales que se confeccionaron en Los Pinos en esa época.
(En una gira de campaña, un periodista le preguntó a Colosio si incluiría en su gabinete al doctor de orígenes españoles. Y con frialdad inglesa, Colosio le respondió: “Amigo, el doctor Córdova no sólo no estará en mi gabinete: no estará en el país”).
A diferencia de las milicias que impulsaron Emiliano Zapata en 1910 con su ejército del Sur o Rubén Jaramillo desde las montañas de Morelos, el zapatismo alcanzó colorantes singulares no sólo por sus métodos nada ortodoxos en la lucha, sino porque fue remolcado y rebasado por la figura de Marcos al sucumbir éste en el delicioso néctar del protagonismo y de la gloria mediática, tratando de inmortalizar su nombre en las marquesinas del mundo.
Así, la guerrilla se redujo a una prosa ridícula y barata en los manuscritos de ese falso mesías encapuchado, de uñas bien cuidadas, ojos verdes y manos suavemente delicadas, como las de una princesa o de esas infantas europeas célebres porque ilustran las portadas y los artículos de las más encumbradas revistas de sociedad, de esas publicaciones que sólo destilan glamur.
Veintitrés años han pasado de aquella gesta épica y atípica en los Altos de Chiapas y todavía surgen y hay presuntas sin respuestas.
Discriminación, pobreza, violencia, incultura, entre otros males históricos, conforman el círculo ominoso en el que viven los indígenas al que, lamentablemente, se suman los usos y costumbres que son detonante de brutalidad, irracionalidad, abuso, opresión, luto y orfandad.
En el discurso y en los hechos, la deuda con ellos está pendiente.