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Andrés Fabregas Puig

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La Tuxtla que se fue

Todas las sociedades cambian. El movimiento está en la naturaleza de las agrupaciones humanas. La ciudad de Tuxtla Gutiérrez no es la excepción. El problema en este caso es que los que entienden el cambio como arrasar con todo, han dañado el patrimonio cultural de la ciudad de tal modo, que Tuxtla Gutiérrez es una ciudad reconstruida, como si hubiese sido bombardeada, y de la nada, surgen los nuevos perfiles urbanos.

Este tipo de agresión al patrimonio cultural ha sucedido en todo el país. Por ejemplo, en Guadalajara, la capital de Jalisco, el centro fue remodelado de tal forma que se tiraron habitaciones del siglo XVIII, edificaciones de principios del siglo XIX, barrios populares enteros, para construir una suerte de macro plaza, que ha sido un fracaso, además de afear a la ciudad.

En Tuxtla, prácticamente todas las calles han sido destruidas, cayendo también habitaciones icónicas, barrios completos, edificios de gran valor arquitectónico, cambiando el perfil de la ciudad de tal manera que su actual configuración urbana es una mezcla caótica de estilos y edificaciones.

Así mismo, las desigualdades sociales se han acentuado. Hoy están claramente delimitados los espacios de reunión y las áreas residenciales, según la clase social a la que se pertenece.

Así, las clases medias atiborran las plazas comerciales atraídos por el consumo y la disposición de factores que auxilian al empleo del ocio. La vida de barrio se está apagando aunque aún quedan resabios de ella, y en algunos, es intensa.

La bajada de las vírgenes de Copoya es un factor que aún cuenta en esa vida barrial. El gusto por la marimba se apaga, lo que aprovecharán los que gustan auto llamarse “modernos” para destruir la plaza de la marimba, ante la indiferencia de las nuevas generaciones a las que nada les dice el canto de las maderas.

Tuxtla Gutiérrez ha dejado de ser una ciudad “cara a cara” para convertirse en una metrópoli de casi un millón de habitantes, aunque el caos que es también el censo, no lo indique con claridad. Pero la multitud de colonias nuevas cuyos nombres se escapan a los propios habitantes de la ciudad, es un indicativo de ese crecimiento desbordado del área urbana. Así mismo, el tráfico es una experiencia infernal.

Pasaron los tiempos en que todos sabíamos quién tenía tal o cual automóvil además de que Pancho “La Coa” era el único taxista, al que había que llamar a su casa cuando se requería un servicio.

Pasó la Tuxtla Gutiérrez de los campeonatos estatales de básquetbol, ámbitos de expresión de las identidades regionales de Chiapas, que se desarrollaban en la Cancha Matías de Córdova”, hoy Auditorio Municipal.  Todo ello se fue con el tiempo.

Tampoco existen los personajes que sellaban la vida pueblerina de Tuxtla: Don Ruma, el periodista honesto; Chencho Cabrera, el loco sublime que tomaba café en la Librería de mi abuelo, Don Antonio Puig y Pascual, nombrada El Progreso: ya no está el ingeniero Zanate, que resolvía ecuaciones imposibles; se fue Juana la Loca, con su danza intensa y su grito feroz, desgarrador; el Patachete cargando a sus muertos no camina más en las calles de Tuxtla Gutiérrez.

La ciudad se perdió, se convirtió en ámbito de la anomia y en jugoso pastel de los luchadores por el poder que celebran la pérdida de la identidad local como una fuerza de conciencia ciudadana.

Es ahora más fácil depredar sin que suceda gran cosa. Es de extrañar con tantos científicos sociales radicados en Chiapas, no exista un trabajo analítico sobre los cambios sociales y culturales que sitúan a Tuxtla Gutiérrez actual en el concierto de las ciudades que mayores transformaciones ha sufrido en los últimos decenios.

Ajiji, Ribera del Lago de Chapala, a 13 de junio de 2017.

La muerte del Jaguar

10 Mayo, 2017

Una mañana de cielo con azul intenso, metálico, en la ciudad de Colotlán, Norte de Jalisco, mientras me disponía a llevar a cabo lo que los antropólogos nombramos “trabajo de campo”, recibí una llamada de mi amigo José María Morales quien me indicaba que el Gobernador del Estado, Pablo Salazar Mendiguchía, requería de un texto.

Se trataba de que escribiera un esbozo de lo que significaba el jaguar en las culturas de Chiapas. Urgía el texto porque al siguiente día, 27 de junio de 2002, el Gobernador lanzaría la noticia del establecimiento de un equipo de futbol de Primera División en Chiapas que llevaría el nombre de “Jaguares”.

No valieron las explicaciones que esgrimí ante Chemita Morales: el texto debería estar, a más tardar, para la noche de ese día, 26 de junio. En aquel año, la Universidad de Guadalajara recién había abierto el Campus Universitario del Norte (CUNORTE) destinado a dar servicio a una población regional que incluye a los jóvenes del Norte de Jalisco, a los jóvenes del pueblo Huichol y a la población juvenil del sur oeste de Zacatecas, que demandan educación universitaria.

El CUNORTE apenas se iniciaba en un edificio que pertenecía a la preparatoria de Colotlán (en Jalisco todas las preparatorias son parte de la Universidad de Guadalajara), en donde se había instalado la Coordinación del nuevo Campus que aún no adquiría el rango de Rectoría. Para mi fortuna, esas oficinas contaban con algunas computadoras recién adquiridas además de que quien estaba al frente del nuevo Campus era un amigo añejo, Cándido González Pérez, quien, raudo y veloz, me permitió instalarme en su oficina para que redactara el texto y lo enviara a través de la maravilla del internet.

 

No he podido encontrar el texto porque seguramente quedó en la computadora de la U de G, pero recuerdo que, en un esfuerzo de memoria, señalé la importancia del jaguar para las mayas y aún, para los zoques, no sólo en la antigüedad sino en nuestros días.

Pulí y pulí ese texto pensando en la importancia que tendría para la sociedad en Chiapas el nuevo equipo de futbol. Sólo dos años antes, en el 2000, había publicado mi libro Lo Sagrado del Rebaño, que abría en la antropología de México, los análisis sobre la importancia cultural y social del futbol.

Recuerdo que obsequié a Pablo Salazar un ejemplar de ese libro justo el mismo año que se editó. El Gobernador de Chiapas, todos lo sabían, era un apasionado seguidor de las Chivas Rayadas, y no dudé que leería el libro con interés.

Cuando, por diferentes razones, me trasladé de Jalisco a Chiapas en el año 2003, tuve la oportunidad de unirme al grupo que discutía el desempeño del equipo Jaguares y actuaba, de hecho, como la Directiva del mismo. En 2004, los Jaguares de Chiapas tuvieron su mejor temporada, entrenados por José Luís Trejo.

Nos reuníamos todos los martes por la noche, el Gobernador Pablo Salazar incluido, para analizar la marcha del equipo y discutir con el entrenador las tácticas, las nuevas contrataciones, entre las que recuerdo la de Salvador Cabañas además de los jugadores brasileños, que hicieron del equipo un conjunto extraordinario.

Era un placer ver jugar a los Jaguares, con un ritmo espléndido, una coordinación casi perfecta, un equipo sincronizado, rápido y con capacidad para introducir el esférico en la portería del rival, además de llenar el estadio. ¡Como celebramos cada gol jaguar! en el entrañable estadio Zoque Victor Manuel Reyna, un personaje también entrañable que fue nuestro profesor de educación física en aquella Tuxtla Gutiérrez de los años 1950-1960.

La temporada 2004 terminó para los jaguares con 17 partidos invicto de 18 posibles, 42 puntos de 57 a obtener, 12 victorias, 6 empates y una sola derrota ante el Toluca, con marcador de 2 a 1.

En su momento, escribí sobre la importancia del equipo Jaguares para una sociedad fragmentada como la de Chiapas, dividida históricamente entre otros factores, por las conflictivas relaciones entre ladinos e indígenas, lo que explotó con la rebelión del EZLN, con el estigma que recorrió todo el mundo al difundirse la imagen de que en Chiapas solo había ganaderos que explotaban a los pueblos indios, simplificándose la compleja situación de la variedad cultural y social chiapaneca.

Recuerdo el primer juego de los Jaguares en el Estadio Víctor Manuel Reyna, nada menos que contra las Chivas Rayadas en las que jugaba Omar Bravo (por cierto, el primero en anotar gol en el Víctor Manuel Reyna), la emoción impresionante del público al entonarse el Himno a Chiapas, que resonó en el estadio como un canto de identidad que devolvía la esperanza a los chiapanecos.

A lo largo de los años, el equipo y los aficionados fueron labrando un sentimiento de identificación, hasta que llegó la noche del 6 de mayo de 2017 en que el Jaguar murió dando un último rugido al vencer al Atlas en su casa, en el mítico Estadio Jalisco, por 1 a 0.

En forma por demás simbólica, es la misma noche en que el boxeo mostró una de sus caras más siniestras, anunciando el dominio de la simulación en lo que es un gran negocio: el deporte como espectáculo. El futbol no es la excepción. Las cantidades inverosímiles de dinero que están en juego son las que dictan los resultados y las decisiones de quienes controlan a este espectáculo mundial de masas.

La muerte del Jaguar se había anunciado, en ese contexto, desde por lo menos el 20 de mayo de 2013, y finalmente llegó. Mientras tanto, la sociedad en Chiapas continúa fragmentada, las causas que dieron origen al conflicto con el EZLN aún permanecen mientras nuevos y complejos problemas asoman en el horizonte.

 

(Ajijic, Ribera del Lago de Chapala, a 7 de mayo de 2017)

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