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La Tuxtla que se fue

Todas las sociedades cambian. El movimiento está en la naturaleza de las agrupaciones humanas. La ciudad de Tuxtla Gutiérrez no es la excepción. El problema en este caso es que los que entienden el cambio como arrasar con todo, han dañado el patrimonio cultural de la ciudad de tal modo, que Tuxtla Gutiérrez es una ciudad reconstruida, como si hubiese sido bombardeada, y de la nada, surgen los nuevos perfiles urbanos.

Este tipo de agresión al patrimonio cultural ha sucedido en todo el país. Por ejemplo, en Guadalajara, la capital de Jalisco, el centro fue remodelado de tal forma que se tiraron habitaciones del siglo XVIII, edificaciones de principios del siglo XIX, barrios populares enteros, para construir una suerte de macro plaza, que ha sido un fracaso, además de afear a la ciudad.

En Tuxtla, prácticamente todas las calles han sido destruidas, cayendo también habitaciones icónicas, barrios completos, edificios de gran valor arquitectónico, cambiando el perfil de la ciudad de tal manera que su actual configuración urbana es una mezcla caótica de estilos y edificaciones.

Así mismo, las desigualdades sociales se han acentuado. Hoy están claramente delimitados los espacios de reunión y las áreas residenciales, según la clase social a la que se pertenece.

Así, las clases medias atiborran las plazas comerciales atraídos por el consumo y la disposición de factores que auxilian al empleo del ocio. La vida de barrio se está apagando aunque aún quedan resabios de ella, y en algunos, es intensa.

La bajada de las vírgenes de Copoya es un factor que aún cuenta en esa vida barrial. El gusto por la marimba se apaga, lo que aprovecharán los que gustan auto llamarse “modernos” para destruir la plaza de la marimba, ante la indiferencia de las nuevas generaciones a las que nada les dice el canto de las maderas.

Tuxtla Gutiérrez ha dejado de ser una ciudad “cara a cara” para convertirse en una metrópoli de casi un millón de habitantes, aunque el caos que es también el censo, no lo indique con claridad. Pero la multitud de colonias nuevas cuyos nombres se escapan a los propios habitantes de la ciudad, es un indicativo de ese crecimiento desbordado del área urbana. Así mismo, el tráfico es una experiencia infernal.

Pasaron los tiempos en que todos sabíamos quién tenía tal o cual automóvil además de que Pancho “La Coa” era el único taxista, al que había que llamar a su casa cuando se requería un servicio.

Pasó la Tuxtla Gutiérrez de los campeonatos estatales de básquetbol, ámbitos de expresión de las identidades regionales de Chiapas, que se desarrollaban en la Cancha Matías de Córdova”, hoy Auditorio Municipal.  Todo ello se fue con el tiempo.

Tampoco existen los personajes que sellaban la vida pueblerina de Tuxtla: Don Ruma, el periodista honesto; Chencho Cabrera, el loco sublime que tomaba café en la Librería de mi abuelo, Don Antonio Puig y Pascual, nombrada El Progreso: ya no está el ingeniero Zanate, que resolvía ecuaciones imposibles; se fue Juana la Loca, con su danza intensa y su grito feroz, desgarrador; el Patachete cargando a sus muertos no camina más en las calles de Tuxtla Gutiérrez.

La ciudad se perdió, se convirtió en ámbito de la anomia y en jugoso pastel de los luchadores por el poder que celebran la pérdida de la identidad local como una fuerza de conciencia ciudadana.

Es ahora más fácil depredar sin que suceda gran cosa. Es de extrañar con tantos científicos sociales radicados en Chiapas, no exista un trabajo analítico sobre los cambios sociales y culturales que sitúan a Tuxtla Gutiérrez actual en el concierto de las ciudades que mayores transformaciones ha sufrido en los últimos decenios.

Ajiji, Ribera del Lago de Chapala, a 13 de junio de 2017.

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