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El caso de Javier Duarte es inquietante. Mueve el discurso que ha soltado el presidente del PRI Enrique Ochoa Reza en cuanto el combate a la corrupción de los gobiernos no sólo de su partido, sino de todos los partidos.

            Se entiende el activismo de Ochoa Reza que después de cobrador de la luz en CFE pasó a un dinámico y temerario dirigente partidista.  Y se entiende porque el PRI está súper urgido de recobrar la confianza y la simpatía de la gente cuando el país entra a la antesala del proceso electoral del 2018 que desde ya se ve peliagudo.

            Duarte es el jugoso cebo del PRI. Con Duarte el PRI tiene una posibilidad oronda de resurgir de las cenizas a donde lo mandó el reciente proceso electoral. Así que exigir que Duarte vaya tras las rejas es sin duda el mejor activo político que tiene el tricolor en estos momentos. Al PRI le conviene que Duarte esté en la cárcel como ganancia política con miras al 2018.

            Pero más allá del inusual dinamismo de Ochoa Reza que demuestra porqué el presidente Peña le confió a él la dirigencia de su partido, el caso Duarte tiene connotaciones políticas y sociales graves que se tienen qué desgranar.

            La corrupción en este país es un fenómeno íntimamente ligado al poder y al ejercicio público.

Si bien la corrupción es el mayor problema que tiene que enfrentar América Latina, el asunto en México se torna alarmante porque su economía se supone más avanzada que sus pares latinos. Es decir, a mayor crecimiento mayor corrupción y más corruptos en todas las escalas.

            El crimen organizado ocupa el primer lugar en México y está arriba de cualquier otra nación de la región lo cual, sin duda, también es hartamente preocupante.

            Los escándalos de corrupción de Cristina Fernández en Argentina o los sobornos y su posterior encarcelamiento de Otto Pérez Molina en Guatemala, son grotescos ejemplos, como el de Javier Duarte, de la pudrición que asfixia al ejercicio del poder y la política en América Latina.

            Con Duarte en Veracruz los mexicanos nos hemos quedado estupefactos y horrorizados. Es una película de terror que incluso arrastra a personajes chiapanecos como Antonio Macías, el tal Toni Macías, y que nos advierte que es necesario recomponer las cosas en este  país so pena de que se nos haga pedazos en las manos.

            Muchos Duarte andan sueltos en México porque tristemente la corrupción es un tentáculo de mil cabezas que manosea a todos los niveles de la sociedad.

            La corrupción es un mal que se ha enraizado cada vez más en las estructuras del país. Aún podemos, sin embargo, evitar que siga avanzando conformando una sociedad más activa y participativa, vigilando a quienes son nuestros empleados (los funcionarios) y dando buenos ejemplos desde el hogar.

 

            ¿Es difícil? Sí, pero debemos entender que si no lo hacemos, si no empezamos ya, este país caerá irremediablemente a ese espantoso precipicio.

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