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Angel Mario Ksheratto

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Ni periodista ni activista

A reserva de recibir toneladas de insultos, es menester diferenciar entre el periodista y el 
embaucador; el activista y el oportunista. Tanto el periodista como el activista cumplen un proceso de preparación. Cada uno en su ambiente, aunque en algunos casos hay quienes conjugan las dos cuestiones, lo cual no es malo si se siguen rigurosas reglas éticas.

El periodismo es una profesión que se aprende en el campo de batalla. El activismo surge de la necesidad de representar y, en todo caso, encabezar causas justas de la sociedad. En los dos temas deben, por antonomasia, prevalecer criterios de responsabilidad, moralidad y respeto pleno al derecho de terceros.

En los últimos tiempos han surgido personajes patéticos que han retorcido la lucha social sin un fin aparente y, por supuesto, nada claro. El postulado que persiguen se distancia, por mucho, de los objetivos sociales y de la exigencia contundente contra un gobierno corrupto e inepto. 

Las imágenes con excesos y abusos cuya finalidad es profundizar las diferencias entre mexicanos, son cada vez más recurrentes y lo más preocupante, es que son recepcionadas con cierto jolgorio por una sociedad que ve en esas acciones, cumplido el reclamo, aunque de sobra sepa que no es la vía ni la forma para contribuir al mejoramiento del país.

Muchos de éstos personajes se protegen ya bajo el manto del “activismo social” o ya en el periodismo, lo cual constituye un insulto a la inteligencia de la sociedad misma y un retroceso en la lucha social comprometida con objetivos comunes y causas nobles.

Si hacemos un retrato autocrítico del periodismo —que es lo que me corresponde— debemos admitir que en efecto, estamos inmersos en una profunda crisis de credibilidad y confianza, derivada en la mayoría de los casos por la mala praxis de la profesión de algunos —no todos, que quede perfectamente claro— que han tergiversado su función. 

Frecuentemente escuchamos reclamos en torno al proceder del periodista y admito que todo tiene su dosis de razón. En las manifestaciones sociales se ha vuelto común el agresivo grito de “prensa vendida” o “periodista chayotero”. Lo que no saben es que el periodista, el reportero, el columnista, el analista, el fotógrafo, el editorialista, el articulista, el camarógrafo, el conductor de noticias, etc., etc., tienen un jefe que decide qué nota sí publicar y cual no. 

Y el jefe depende de las directrices del dueño del medio para el cual se trabaja. Éste último, evidentemente, tiene sus propios intereses y actúa conforme a las necesidades de su negocio. Ello ha generado desconfianza. Definitivamente. 

De ahí, el periodismo, sigue siendo una herramienta insustituible para la denuncia pública, la opinión certera y la información confiable. Por ello, resulta necesario deslindarse de quienes hacen mal uso del periodismo para chantajear, amenazar, insultar, agredir.

Las imágenes que se hicieron virales (no por su importancia sino por el excesivo uso de lenguaje soez y el fracasado robo de un servicio) son por sí mismas, repudiables y deben ser separadas del periodismo profesional. 

A raíz de ese penoso incidente, muchos me han preguntado si el protagonista debe ser considerado “periodista” y les he respondido que no. De entrada, el buen periodista debe ser educado, respetuoso, culto. No niego que muchos somos léperos en el hablar, pero de eso a tratar a otro ciudadano en tono altanero, grosero, amenazante y discriminatorio, hay mucha distancia.

El ser activista o periodista no otorga patente de corso a nadie para, en nombre de la lucha social, arrebatar los derechos de terceros y menos licencia para tomar un servicio y negarse a pagar bajo argumentos jurídicamente insostenibles. No conozco a un solo activista social y político que insulte y agreda a otros, por el hecho de no estar de acuerdo con sus métodos. 

Vi, por mera necesidad de reportero, los dos videos relacionados con el caso de un gasolinero en Comitán; no hay adjetivos para calificar el lenguaje, la actitud, la prepotencia y el abuso del presunto periodista o supuesto activista. Estoy seguro que los verdaderos activistas también reprochan esas acciones que lejos de ayudar en las legítimas luchas ciudadanas, perjudican, puesto que el resto de la sociedad tiende a tachar a todos por igual. 

Afortunadamente, hay muchos hombres y mujeres que apegan sus actos a normas socialmente aceptables. No por uno, deben (debemos) pagar todos. Ese tipo de felonías, no deben acreditarse a los comitecos, cuya amalgama cultural, es grande y muy respetable.

 

Condeno y repruebo la mala utilización del “periodismo” para cometer atropellos injustificados y delitos descarados. El periodismo y el activismo, no son herramientas para el chantaje ni la amenaza. Que quede claro.

No se puede sonreír

 

“Así no se puede sonreír”… ¡Cuánta razón en la sencilla frase de una mujer indígena que 
aprendió a hablar español dentro de una cárcel! Jacinta Francisco Marcial fue acusada de secuestrar, junto con otras dos mujeres (Teresa González y Alberta Alcántara Juan) a un pelotón de policías federales durante el violento desalojo de un tianguis en el estado de Querétaro.

La PGR de Vicente Fox también las acusó de tráfico de drogas.  Once años después, la misma dependencia les ha pedido perdón por los abusos cometidos y por la invención de delitos en su contra. No ha sido fácil llegar a esa parte de una historia cotidiana en el México moderno. Muchos organismos nacionales e internacionales han luchado para doblegar al ente procurador de justicia que durante años se negó a cumplir el mandato de un juez de causa. 

Pero más allá del acto protocolar que encierra sus propios laberintos políticos, está la frase arriba citada. Cierto: en el país y sus circunstancias no se puede sonreír, a pesar de los esfuerzos propagandísticos oficiales que pretenden mostrar un rostro optimista ante el desastre nacional.

Si revisamos la bitácora en materia de justicia, desde hace muchos decenios no se tiene un esquema jurídico y legal eficiente para garantizar el justo castigo para quienes delinquen y menos para ofrecer a la ciudadanía, el fin de la impunidad.

El sistema judicial es obsoleto y carente de virtudes para confiar en sus juicios, lo que ha generado actos como el efectuado contra Francisco Marcial en el 2006 y resarcido once años después.

¿Cómo tener la capacidad de sonreír en un país donde la corrupción ha tomado todos los espacios posibles? No podemos andar sonrientes cuando sabemos que la pareja presidencial posee propiedades multimillonarias dentro y fuera del país; cuando tenemos gobernadores ladrones que incluso, se dan el lujo de llevar un “diario” pormenorizado de sus actos de rapiña. Tampoco podemos sonreír ante la falta de castigo a legisladores, magistrados, jueces y consejeros que desangran el erario público con sueldos estratosféricos, prebendas abusivas y bonos extraordinarios ilegales. 

¿Sonreír cuando vemos debilidad institucional ante los atropellos del presidente de otro país? ¡Imposible! Sin tregua, Donald Trump ataca a México y los mexicanos y la respuesta del gobierno federal es tibia cuando no, inexistente. No se puede sonreír mientras estamos siendo vapuleados por un tirano demencial, mientras el presidente le envía personeros para apaciguarlo y ofrecer una rendición inadmisible. 

Doña Jacinta tiene razón. Así no se puede sonreír. El país se está cayendo a pedazos; las instituciones han dejado de servir a la sociedad y los hombres que las dirigen siguen saqueándolas impunemente. 

No hay razón para sonreír con los gasolinazos; tampoco frente al desempleo o el alto costo de la canasta básica familiar. No hay razón para sonreír cuando diariamente, decenas de mexicanos son brutalmente asesinados en una guerra sin motivo y sin estrategias claras para proteger a los civiles. Difícil sonreír cuando los secuestros, asaltos, robos y despojos aumentan día a día.

¿Cómo sonreír frente a políticos insulsos, torpes, indiferentes, ambiciosos e ignorantes? Los partidos donde se cobijan éstos, son auténticas cuevas de Alí Babá, a la que solo entran quienes creen ser dueños de las riquezas de los mexicanos. No se puede sonreír en un país con profundas desigualdades sociales, un México donde un grupito de déspotas terratenientes usufructúa las riquezas naturales y somete a los ciudadanos.

Tremenda lección de una mujer otomí (de la región Hñähñú) a quien violaron todos sus derechos, ¡justo en el sexenio del cambio! Es un mensaje claro, sencillo, escueto, pero intenso, realista, contundente. Ha descrito el estado de ánimo nacional, sin fanfarrias ni reflectores, como ocurrió cuando Enrique Peña Nieto admitió a regañadientes que México está de “mal humor”. Y sí lo está.

 

Cierto; muy cierto. Doña Jacinta, con su sencillez, ha dado en el clavo: Así no se puede sonreír. No hay una sola motivación para hacerlo. 

Enoc Hernández, entre los favoritos para la gubernatura

Si usted fuera candidato a la gubernatura de Chiapas, ¿cuál sería su principal objetivo en materia de gobernabilidad? ¿Qué plan propondría para reactivar la oferta laboral? ¿Qué métodos efectivos echaría a andar para terminar con la corrupción? ¿Abriría las compuertas para industrializar algunas zonas del estado? ¿Invertiría para incentivar el agro-comercio y la agroindustria? ¿Cómo convencería al electorado que su propuesta para garantizar la seguridad ciudadana es la mejor?

Se lo pregunto a usted porque existe la certeza que sus respuestas, estarían notoriamente más apegadas a la realidad que las que pudiera ofrecer cualquiera de los presuntos políticos que aspiran a ese cargo. La lista, por cierto, es inusitadamente larga. Precandidatos han aparecido desde todas partes del estado, de tal manera que el superávit es más dañino que favorable.

Todos, sin excepción alguna, han tenido  como carta de presentación la retórica relacionada con la política actual. Es decir, se han asentado sobre una plataforma discursiva de lo irreal, de lo inalcanzable. No quiere decir que muchos temas sean irresolubles, sino que éstos —los aspirantes— hablan políticamente de los asuntos, pero no presentan métodos efectivos para solucionarlos.

En una serie de entrevistas con algunos de los aspirantes a la gubernatura, la evasiva a la realidad fue la constante. Casi todos saben sobre la existencia de serios problemas en la entidad y todos ofrecen solucionarlos, pero ninguno supo decir cómo lograr ese objetivo. Su calidad comunicativa, podría calificarse como de media baja, hacia más abajo.

Plácido Morales, Francisco Rojas, Zoé Robledo, Rutilio Escandón, Enoc Hernández, Armando Melgar —en ese orden de preferencia del público en las redes sociales—, fueron hábiles en el manejo discursivo, pero no en el de una agenda temática eficaz. Una cosa es estar enterados de ciertos problemas y otra, tener la capacidad para enfrentarlos y revertir sus efectos nocivos.

Ello se refleja en la reacción de los votantes; pero también pone sobre la mesa de discusiones, las flacas cualidades de quienes pretenden gobernar. No tener nociones claras de problemas reales que afectan directamente a la ciudadanía y lo peor, no tener la receta para erradicarlos evadiendo siempre la responsabilidad de, por lo menos, reconocerlos, debe obligarnos, como ciudadanos, a verlos detenidamente para revalorar cualquier intención de voto.

Ahora bien, entre los demás aspirantes que no pudieron (o no quisieron) ser entrevistados están Eduardo Ramírez, Fernando Castellanos, Emilio Salazar, Roberto Albores, Jesús Orantes, José Antonio Aguilar Bodegas y Leonardo Güirao; los primeros cuatro, desde hace cinco meses dice que sí, que “la otra semana” y nada.

Con los demás, las solicitudes de entrevista se han hecho por los conductos institucionales y tampoco ha habido respuesta. De la oficina de prensa de Güirao, vino una inusual y torpe contrapropuesta: “Dice el diputado que si puede hacer el favor de redactar usted toda la entrevista y que le mande su número de cuenta para depositarle.” ¡Bah! ¿Les interesa gobernarnos? Juzgue usted.

¿Califican, hasta hoy, los aspirantes a la gubernatura? ¿Reflejan conocimiento real del estado? ¿Están capacitados para tender puentes de desarrollo más allá de la retórica discursiva? ¿Son confiables sus propuestas? ¿Cuáles son sus principales fallas? ¿Les creemos cuando dicen que quieren cambiar las cosas para vivir mejor?

Hay una ausencia absoluta de propuestas serias y sensatas. Hay carencia de valores y principios en los discursos. Vemos un alejamiento arbitrario entre los aspirantes y los electores. No hay una conectividad entre la aspiración genuina del ciudadano y la ambición retorcida del aspirante. Todo se ha querido suplir con un lenguaje florido, como ocurrió hace unos días con uno de los precandidatos.

Gobernar a un estado como Chiapas, requiere no solo de discursos ni repartición de despensas; no es con dádivas como se van a superar los graves problemas que se tiene. Es con programas y proyectos definidos y bien dirigidos. Es con propuestas realistas, no con ocurrencias de último minuto. Gobernar a Chiapas debería ser, para los aspirantes, un desafío más allá de las ambiciones y mucho más entrado en la realidad; es conocer sus debilidades y encontrar sus puntos de fortaleza para aprovecharlas para el bienestar colectivo.

No sirven los discursos bonitos, ni las frases trilladas, ni el palabrerío fatuo; sirve la capacidad, la inteligencia, el sentido común, pero sobre todo, el amor a ésta tierra.

 

¿Podrán entenderlo los aspirantes?

¿Y la autonomía chiapaneca?

Flaca la caballada, débiles los relinchos; resulta imposible abordar el tema sin retroceder en  el tiempo y darnos cuenta que la simulación y la imposición, siguen siendo elementos persistentes, tanto en el discurso como en la actitud. Tampoco podemos pasar desapercibido el hecho que, como sociedad, se siguen los mismos patrones que han fortalecido al paternalismo brutal que elimina toda posibilidad de subsistencia autónoma, en un país de grandes y perturbadores contrastes.

No debería costarnos entender la simpleza discursiva de no ser porque ésta choca con principios éticos y valores morales, decaídos como consecuencia del permanente engaño al que la población ha sido sometida por una clase política indiferente, abusiva y corrupta. 
Ello nos lleva a revisar la estatura de quienes pretenden dirigir a México.

Y al preguntarnos si existen liderazgos reales, congruentes, carismáticos, de acuerdo a la idea generalizada en el sentido que quienes deban hacerse cargo de la cosa política, gocen de atributos afines a un pueblo desperdigado y sin un rumbo claro, pero con intensos apetitos de superar su crisis.

Ser líder, de acuerdo a los cánones socialmente aceptables, es no solo tener carisma, sino vocación permanente y deseo expreso de conducir a sus seguidores a un lugar seguro, a una cima de éxito.

Un líder nato, desarrolla —según los expertos— una personalidad fiel a sí mismo, a sus principios y creencias, para construir desde ahí, su propia estatura moral. 
Lo contrario es aprovechar los recursos públicos a su alcance para robustecer, no un ideal, sino una ambición personal que habrá de alcanzar mediante el atropello de los demás.

El día que un político llene plazas sin necesidad de ofrecer playeras, gorritos, tortas, refrescos y transporte gratis, habremos encontrado a un líder auténtico. 
Lo que hasta ahora hemos visto ha sido más de la misma simulación que vivimos desde que el PRI monopolizó la política y el poder para los todopoderosos dirigentes de su estructura. 

Millones se han declarado “cansados” de las viejas prácticas priístas… Esos mismos millones, para vergüenza nuestra, son los que corren a abrazar “pactos” cuyo espíritu, son algo así como secretos de Estado, precisamente porque, llegado el momento, deben ser desechados y considerados estratagemas provechosas. 

Debemos, antes que nada, ser analíticos, pensantes, propositivos, concomitantes y contestatarios; el paternalismo obsesivo e imprudente con que se trata de ganar adeptos, es grosero, ofensivo. ¿Acaso no saben que el paternalismo limita la capacidad libertaria? La libertad individual de quienes reciben una dádiva a cambio de asistir a un mitin, se ve seriamente afectada.

Y más, cuando además del soborno, se ponen en práctica otros métodos como la coerción, la extorsión y la amenaza, felonías políticas que hicieron fuerte al otrora partido único de México. No hay forma de descargar de culpas ni a organizadores ni al invitado, puesto que ambos conocen bien los artificios utilizados para acarrear “concurrentes”. Eso los descalifica como líderes honrados. 

Peor aún: la asistencia de personajes ligados con el abuso, los excesos, la corrupción y otras cuestiones reprobables del pasado, descalifican cualquier buena intención o mejor intento para convencer. Son fórmulas perfectas para anular la creencia en un liderazgo sólido, sincero y capaz de terminar con los males del país. 

Si lo vemos con objetividad, la democracia y pluralidad; la alternancia en sí, están en serio riesgo, al menos en Chiapas. Debemos revisar nuestra autonomía y convencernos que aquí, deben decidir los ciudadanos y no una persona. Chiapas es de los chiapanecos. No de un hombre. No de un partido político. 

Si queremos conservar nuestros valores, nuestra independencia, nuestra capacidad de determinación, debemos atender solidariamente a todos, pero a la vez, estamos obligados a analizar cuidadosamente los discursos y posturas de quienes pretenden gobernarnos. 

 

Hemos sido ejemplo en otras cosas, seámoslo en éstas cuestiones. Tenemos el deseo y la capacidad. No la ofertemos a la primera carta demagógica o intención oculta y menos, “pactos” invisibles. Estamos a tiempo de rechazar, por convicción de ciudadanos, cualquier “dedazo”, cualquier imposición que rompa con nuestro futuro. 

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