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COMENTARIOS POLITICOS POR VICTOR TOMAS PACHECO ROSADO

Administraciones van y administraciones vienen y este día de la libertad de expresión (7 de junio), pasa desapercibido para los funcionarios públicos que ni siquiera se toman la molestia de felicitar a los periodistas en funciones.

Porque no es lo mismo estar copiando y pegando en las redes sociales a estar escribiendo los aconteceres diarios en algún medio impreso y combinando con las redes sociales que son por ahora la herramienta más común para las noticias.

El periodista nace, no se hace de la noche a la mañana. Unos ahora estudian la cerrera de Ciencias de la Comunicación, pero cuando terminan de estudiar y se enfrentan a la realidad muchos se dedican a otra cosa y otros muy pocos son los que logran encajar en esta tan delicada y peligrosa tarea la de informar los hechos cotidianos.

Antiguamente no había escuelas, ni universidades. el periodismo era empírico y si querías dedicarte a esa carrera tendrías que someterte a las órdenes de alguno de los de la vieja guardia y aprender lo que él hacía para  posteriormente desempeñarte como comunicador.

En la actualidad ya cualquiera se dice periodista sólo porque escribe algo y lo sube a las redes sociales, o porta una charola mal habida y  ya se sienten con el derecho de extorsionar a cualquier funcionario que se les para enfrente.

O en su defecto meterse en la vida privada de las personas o criticar a sus propios compañeros cuando en el gremio periodístico debe haber ética y profesionalismo para no caer en lo vulgar y la defenestración.

Este día debe de servir de reflexión para aquellos que se dedican a la extorsión y el chantaje y que confunden con el verdadero periodismo, porque de lo contrario día a día se está acabando con la imagen de los verdaderos periodistas quienes ven con tristeza como se denigra su gremio.

 

Desde estas líneas va un cordial saludo y una extensa felicitación a todo los verdaderos comunicadores,  los que se dedican a la noble tarea de informar de los aconteceres diarios en forma correcta y honesta.

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¿Estratagemas exitosas?

 Los procesos electorales suelen desatar las más profundas pasiones en los 

actores políticos; ello es comprensible. Válido. Y mucho más, cuando en la disputa por los resultados se recurre a la sensatez y se adorna ésta, con pruebas irrefutables, pero además, se busca el mínimo acercamiento a la ley. Eso no ha ocurrido con los resultados electorales del pasado domingo, principalmente en los comicios del Estado de México, el pastel que todos querían deglutir

En las más diversas mesas de discusión que se instalaron para analizar lo ocurrido, ausente estuvo la inteligencia y el buen discurso político. Los que lo hicieron por separado, en solitario, tampoco estuvieron a la altura, asemejando su perorata a la de los prepotentes Donald Trump y Nicolás Maduro: irascibles, pendencieros, amenazantes, testarudos, prepotentes, torpes.

Independientemente de los resultados en las urnas (que para efectos de democracia no nos arrojan ninguna esperanza para el 2018), la postura de los usufructuarios del sistema partidista, dibuja un panorama de confrontación sistemática que robustece la desconfianza en las instituciones —incluidos los partidos políticos, por supuesto— y adelanta un abstencionismo, no solo en las urnas, sino en la actividad política como tal.

Los alegatos que se desencadenaron desde el proceso de elecciones en los estados donde se eligieron gobernadores, alcaldes y diputados, se centran en acusaciones improbables e injurias insostenibles.

Es decir, el debate se empobreció de tal forma que solo los fanáticos extremos y los de más bajo criterio, se lo creyeron. En una televisora, Ricardo Anaya, Enrique Ochoa y Alejandra Barrales montaron el show de sus vidas. Insípidos, ignorantes, picapleitos; nos hizo recordar los montajes de algunos payasos callejeros. Pleito insustancial que pone al oficio político en duda absoluta.

En otros foros, el litigio de ideas vagas tampoco fue convincente, por más que los moderadores intentaban sacar del fango discursivo a los invitados. Es la calidad de debate. Es la falta de propuestas y la carencia arbitraria de argumentos para acusar y defender. El tenor es el mismo; los insultos, igual. Nada novedoso que adelante un 2018 competitivo política y socialmente hablando. Las estrategias resultaron ser estratagemas mal aprovechadas.

Así, vimos a un AMLO divorciado de su tradicional amargura y frustración personal. Sonriente. Feliz. Dio siempre la impresión que la derrota de su candidata en el EDOMEX, era la cereza de su pastel para las elecciones presidenciales que se avecinan. El más feliz por el triunfo del PRI, parecía ser él. Lo burdo, lo ruin… El cascajo de la política mexicana flotando en el ambiente de una elección que terminó siendo lo que se preveía: un cochinero en el que participaron todos los partidos políticos.

Al PRI no le convenía ganar porque perdiendo, ataría las manos a López Obrador; a AMLO, tampoco le interesaba ganar porque ganando, sujetaba el resultado de las elecciones presidenciales a la exigencia democrática de una alternancia fallida. Los demás (PAN, PRD, PT y PVEM), esquiroles de poca monta que, junto con la candidata de MORENA, solo fueron los peones de un juego de mesa planeado para cotejar estrategias, no para gobernar.

El resultado final no es quien gobernará el EDOMEX o Nayarit o Coahuila, ni que partidos se reposicionaron en Veracruz. El resultado es de una pérdida sustancial en cuanto a credibilidad y confianza en el sistema de partidos. El resultado es que éstos, los partidos, tienen usurpadores, no dirigentes. Y son éstos quienes determinan el rumbo de un país a la deriva. Grave para una sociedad que empezaba a creer en las instituciones electorales y políticas.

Ello se puede corroborar con un dato simple que ha estado ahí, a la vista de todos: los candidatos independientes. Sin recursos, sin prerrogativas, sin casi hacer campañas de proselitismo, alcanzaron un respetable número de votos. Incluso, sacaron más votos que algunos candidatos con partido registrado. Que fueron satélites para distraer votos de unos y otros, cierto, pero acapararon la atención de los votantes.

Debemos insistir en que el sistema partidista mexicano está podrido. Empuercao, como dirían en la costa de Chiapas. Si hemos de hablar de ganadores y perdedores en las elecciones del domingo reciente, debemos decir, sin tapujos, que ganó la antidemocracia.

 

Ganó la mafia del poder, esa mafia a la que pertenecen incluso, sus detractores. Ganó la ambición por el poder; ganaron quienes quieren ver a México en su ancestral atraso. Ganaron los que solo quieren el poder para enriquecerse a costa de los mexicanos… Y perdió México y su incipiente democracia. 

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La corrupción e indiferencia ciudadana también consuman fraudes

Lo sucedido este domingo en el Estado de México deja espacio a reflexiones que 
van más allá del presunto fraude y la elección de Estado. Pone nuevamente sobre la mesa de análisis una práctica social de fondo, añeja, recurrente en los procesos electorales y entrañablemente ligada a prácticas de origen priista, que lamentablemente aún determina los resultados y consuma fraudes electorales en México: la complicidad e indiferencia ciudadana.

Y es que, los partidos y los gobernantes corruptos, apoderados de las instituciones, no ganan solos las contiendas electorales. Sería deshonesto arrojar todas las culpas al aparato gubernamental, sin asumir las responsabilidades que como ciudadanía tenemos por hacer posibles tan indignantes fraudes. Finalmente, para facilitar la maquinación de los movimientos fraudulentos se requiere de ciudadanos dispuestos a participar en ella.

Para muestra está el mismo ejemplo reciente del Estado de México, ahí donde, pese a la corrupción, inseguridad, pobreza, autoritarismo y descontento social, hubieron más de un millón 900 mil personas que acudieron a las urnas para votar por el mismo partido gobernante. Con cifras infladas o no, se trata de una numerosa cantidad de votantes que decidieron mantener al partido de Enrique Peña Nieto y Eruviel Ávila en la gubernatura.

Si bien la compra de votos o promesas de beneficios futuros podrían ser una justificación a semejante cifra. La sola idea de que la causa para acudir a las urnas esté ligada a la corrupción misma provoca el más profundo desconcierto. En este caso culpar a la ignorancia ya no resulta coherente. Las errores y pésimos resultados de los gobiernos de Enrique Peña Nieto y Eruviel Ávila son ya ampliamente del dominio público.

Quienes votaron este domingo por Del Mazo sabían perfectamente que votaban por la corrupción, la inseguridad y el autoritarismo cínico. Lo hicieron a conciencia, por conveniencia o no. Tampoco se pude culpar a la pobreza. El argumento está francamente rebasado. Ser pobre no es sinónimo de corrupción o deshonestidad. Muchos desde las carencias y la necesidad económica también votan con argumentos y bases éticas. Dejemos ya de generalizar y justificar.

Se trata de una práctica normalizada entre un sector que sabe de la corrupción de fondo y está dispuesta a participar en ella de manera activa, movilizando a vecinos, llenando eventos o simplemente saliendo a vender su sufragio bajo el trillado argumento de que “finalmente las cosas no van a cambiar nunca”.

A lo anterior súmele usted a los millones que ni siquiera salen a votar (casi el 50 por ciento de la lista nominal), paradójicamente, bajo la misma justificación de los que comercializan con su voto.  Aunque duela reconocerlo, la corrupción, deshonestidad e indiferencia ciudadana son pieza indispensable para consumar esos fraudes electorales que hoy tanto nos indignan.

 

No se equivoca aquella conocida frase de Joseph de Maistre que segura que “cada pueblo o nación tiene al gobierno que se merece”, pues, finalmente, mientras existan masas numerosas de votantes corrompidos, dispuestos a declinar balanzas electorales, seguirán emanando de ellas gobiernos igual de corruptos.

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