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Que los muertos descansen en paz…

 

Esta es la historia de Toño Valdés y su pueblo, río de La Chía

Que fea costumbre esa de querer resucitar a los muertos. Y más fea todavía las ganas de estos de querer volver a la vida, dijo Toño Ávila, uno de los hombres más importantes del pueblo Río de la Chía, admirado por su inteligencia, valor y fortaleza humana, que no tienen comparación con su baja estatura.

RÍO DE LA CHÍA

Río de la Chía está intrincado en medio de la selva. La gente que no es de ahí suele verlo como algo insignificante y a sus pobladores hasta con cierto desprecio. Pero hay quienes incluso aseguran que, si el paraíso bíblico realmente existiera, éste se le parecería mucho. 

En sus 73 mil kilómetros cuadrados, abunda una gran riqueza natural que contrasta con la pobreza de sus habitantes. Tiene bosques, selvas, ríos, lagunas, lagos, mares, montañas, valles y una diversidad cultural tan basta como su flora y fauna. 

El idioma predominante es el español, aunque hay regiones donde aún se habla el fraylescano, un dialecto poco estudiado y en vías de extinción. Además del fraylescano se hablan lenguas de la familia maya, como el chol, tojolabal, tzeltal, tzotzil, quiché, mam, lacandón, chuj y q’anjob’al.

Los indígenas fundaron sus pueblos antes del tiempo de la colonia, pequeños tanto por el número de sus habitantes como por su poca capacidad de supervivencia. La mortalidad materna e infantil es en ellos el común denominador. 

La falta de oportunidades y las carencias alimentarias que los agobiaron durante décadas, hicieron que un día se levantaran en armas. Miles de indígenas invadieron algunas de las principales ciudades del Norte de Río de la Chía. 

Pocos iban armados con pistolas o rifles, y un porcentaje considerable de éstos ni siquiera sabía usarlas. La gran mayoría estaba provista de machetes, palos y piedras. Muchos de ellos murieron ante las balas del ejército y de la policía. Realmente fue una masacre, una lucha desigual condenada al fracaso desde un inicio.

Este acontecimiento marcó un antes y un después para los pueblos indígenas y no sólo de Río de la Chía, sino de todo el país. Empero, luego de veinte tantos años de la insurrección, las cosas para esta gente siguen siendo igual.

Río de la Chía está dividido en regiones, cada región en municipios, y estos comparten territorio con ejidos, rancherías y pueblos. Tiene una capital, que viene siendo el centro político por excelencia.

La capital es una gran ciudad, una metrópoli instalada en un valle rodeado de altos cerros, con un río que lo atraviesa de extremo a extremo y en el cual desembocan arroyos y afluentes de aguas contaminadas. La actividad predominante es el comercio. Su construcción es una simbiosis entre la modernidad, el progreso y las carencias del siglo diecisiete.

Ahí se mezclan las clases sociales. Hay pocos ricos y muchos pobres que amenazan con sobre poblar cada milímetro de terreno baldío. La urbanidad es rodeada por cinturones de miseria, que son colonias destinadas a vivir en la pobreza, con agua potable, pero sin piso de cemento, con luz eléctrica, pero con techos de cartón. 

Ahí la felicidad es un lujo que se obtiene cada fin de semana, con cada borrachera en cantinas clandestinas, con el estruendo de la música de banda y la euforia del futbol.

Pero Río de la Chía es más que eso, más que la pobreza y la devastación. Pues ha sido cuna de escritores, poetas, médicos prominentes, políticos extraordinarios, músicos, artistas y pintores. Y así como el centro se dedica al comercio, hay otros sectores de la población que viven de la pesca, del cuidado del ganado y del trabajo del campo. De este último proviene Toño Ávila.

TOÑO ÁVILA

En un pueblo que es una enorme paradoja, tan rica y tan pobre a la vez, Toño Ávila comenzó a deslumbrar en la política desde muy joven. Su habilidad para encontrar soluciones donde otros no veían nada parecía cumplir un sueño colectivo, largamente custodiado por las clases humildes de Río de la Chía.

Toño creció huérfano desde los cinco años. Su mamá tuvo que hacer el papel de padre y madre, educar a sus hijos y sobrellevar la carga de un hogar. 

¿Cómo no hacerse valiente, aunque sea por herencia, después de ver a una mujer con tan pocos recursos y menor ayuda enfrentarse sola ante la vida? ¿Cómo no cultivar ese sentimiento humano de servir al prójimo si, además, él fue parte de esa misma tierra y esa misma condición?

Fue educado con disciplina, buenos valores morales y amor. Por su dedicación, Toño se graduó como licenciado y después obtuvo su maestría. Se desarrolló profesionalmente preocupado por las necesidades de su pueblo. Eso lo motivó a enlistarse al partido político más prominente de la nación. Ahí fue escalando peldaño por peldaño. 

Cuando más grande era su autoridad, mayor su compromiso con la gente y esta lo gratificó con su cariño y su confianza. Se convirtió en alguien importante para la institución. Así fue que a sus treinta y nueve años logró ser presidente municipal de su ciudad natal.

No era un Churchill ni un Mandela. No era un mesías, tampoco un libertador. Sin embargo, su labor política, su capacidad de gestión y negociación, logró grandes cambios en la sociedad, tanto así que un día fue propuesto por su partido para gobernar a Río de la Chía. 

Pero a Toño le robaron la elección.

Eso fue hace mucho tiempo. “Un bache en el camino no impedirá que yo siga cosechando logros en el servicio público”, dijo una vez. Por lo tanto, hoy tiene una larga, reconocida y exitosa carrera política. 

Nunca ha descansado. Conoce a Río de la Chía como la palma de su mano. Sabe cuáles son sus necesidades y el dolor de su pueblo. Es un hombre de experiencia que a base de trabajo arduo se ha ganado el respeto de todos, político o no político.

Por eso cuando un ex gobernador, marcado por la ignominia y en el olvido, lo enfrentó acusándolo de delitos infundados, Toño Ávila lo ignoró, no cayó en la provocación. Seguro de sí mismo, entendió que todo era parte de un plan maliciosamente ventajoso. 

Así que con la elegancia que lo caracteriza, en breves palabras aclaró el malentendido y se disculpó con la comunidad. “No sé quién usó mi nombre para decir tonterías –dijo-. Aunque sus razones tuvieron para hacerlo. Pero allá él. Yo rogaré a Dios para que lo perdone. A la verdad: que fea costumbre esa de querer resucitar a los muertos. Y más fea todavía las ganas de estos de querer volver a la vida”.

 

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